
Capítulo 1
El mundo antes de El Sombrero
Corrían las angustiosas primeras décadas del presente siglo, las fuerzas rojas que representaban la vanguardia de los pueblos centro andinos, se veían restringidas en su libre desarrollo en uno de los países más conservadores de la gran patria. Los rosados y verdes, habían tomado el poder de facto, proclamaban su lucha contra un dictador depuesto pero al cual habían servido con holgura y sin descanso. A estos rosados y verdes la gente común los denominaba “caviares” como si dichos individuos consumieran cotidianamente el manjar ruso, proveniente del esturión, cosa que en verdad muchos ni conocían. Los “caviares” no tenían organicidad, cada vez que se juntaban terminaban más partidos, algo normal en todo aquel que ignora sus raíces o tiene vergüenza de ellas. Administraban la crisis y se beneficiaban de ello.
Los “caviares” tenían sus peones, los «truchacaviares«, y ambos participaron desde inicios del siglo en las diversas gestiones de gobierno. Los primeros apoyados por el imperio, quien imponía las modas y las interpretaciones de lo que era “justo” para la población de su «patio trasero«. Para ello, los «caviares» habían organizado con anticipación múltiples entidades, formalmente sin fines de lucro, que recepcionaban recursos de las mismas agencias que propiciaban golpes a la voluntad popular en otras latitudes (ver aquí un ejemplo: https://surhoy.org/2022/01/17/otra-revolucion-de-colores-que-no-vio-la-luz/ ) e intervenían en cualquier acto para mediatizarlo (como este ejemplo: https://surhoy.org/2018/02/23/soros-la-ned-y-usaid-organizando-una-cumbre-alternativa-en-lima-peru/ ). Los “caviares” no convocaban jamás grandes mayorías ni tenían bases populares, son sus propias organizaciones “sin fines de lucro” las que hacían de caja de resonancia de sus pretensiones, ya que son ellos mismos los que les dan las «primicias«. Muchas de estas organizaciones “sin fines de lucro” tenían programas y medios de comunicación masiva, para concientizar o aturdir a neófitos, tal como lo hacia la primitiva Wikipedia con los que no querían estudiar la verdadera historia.

Si bien los “caviares” eran los parientes pobres o venidos a menos de algunas familias tradicionales, los “truchacaviares” eran emergentes que habían saboreado algo del entorno “caviar” y aspiraban a ser miembros plenos de dichos círculos. Lo que ignoraban o no querían ver los “truchacaviares” era que en un entorno excluyente y obviamente clasista, un “truchacaviar” era eso, y jamás podría ser otra cosa, para ello tendría que haber nacido, estudiado y compartido en otros espacios en el archipiélago andino. Los “caviares” y sus peones “truchacaviares” no tenían en verdad la mínima intención de modificar las estructuras de ese país andino tan desigual e inequitativo, solo querían modificar algo para que no cambie nada, salvo su estatus y por fin probar el verdadero caviar.
En cambio, los rojos, si la tenían clara, sabían que el país andino tenía que refundarse para que por fin las grandes mayorías accedan a una mejor calidad de vida y con dignidad. Sin embargo, los rojos estaban también desunidos, tanto por diferencias teóricas entre sus ideólogos, como también por acción de celos parroquiales. Los rojos tradicionales, muy apegados a los acontecimientos del siglo anterior, se aglutinaban en unos cuantos gremios, y el letargo los hacia derivar a “truchacaviar”.
En ello, un andino formado en una isla roja, organizó con los suyos una agrupación provinciana, desde la cual, y luego de algunas pequeñas victorias, trató de unificar al rojerío, a través de algunas conferencias descentralizadas. Los “caviares” participaron y como siempre, terminaron de hacerlas fracasar, ya que no toleraban que un rojo o similar, y peor provinciano, liderara una verdadera propuesta de cambio.

Llegaron entonces, tiempos de elecciones y los “caviares” con sus peones se fueron, por un lado; y el rojo provinciano se fue por otro. Otras agrupaciones rojas, pero dirigidas por “truchacaviares” terminaron como furgón de cola en una de las propuestas de los “caviares”.
La agrupación provinciana buscó entonces quienes conformarían su terna en la competencia. Y les pareció que un profesor de escuela rural, que había participado en una movilización de docentes con relativa exposición en los medios, podría ser un buen candidato. No interesaba si no sabía mucho del mundo y de cómo funciona; ese rol lo podría asumir tranquilamente el colectivo. Paralelamente, se redactó un ideario rojo, como obviamente tenía que ser, tomando textos propios en un formato que hacia rememorar las publicaciones de la isla roja en el siglo pasado.
El elegido no se distinguía del grupo general, y en una reunión donde un dirigente proveniente de la amazonia central y el formado en la isla roja conversaban cómo hacer para distinguir al elegido del resto, se le ocurrió a uno de ellos, “acaso no es de Cajamarca, a ver, póngale un sombrero”, un entusiasta del norte tenía uno y se lo puso al elegido. Al elegido le gustó, ahora si se lo ubicaba, y ya no se lo sacó más. ¡¡¡Había nacido El Sombrero!!!

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