Mientras Pizarro invadía Sudamérica, en las ciudades estado de la península italiana, surgía el fenómeno “Cortigiane Oneste”, es decir las cortesanas honestas, que no eran sino mujeres que se dedicaban al más antiguo de los empleos, pero con mucho refinamiento y con la educación necesaria para establecer conversaciones pertinentes sobre política, economía o medicina.
Como toda sociedad que funciona, y Venecia seguía siendo la potencia del mediterráneo, en 1572 había un registro de las 3000 mujeres que se dedicaban a la prostitución, y en el segmento más elevado, estaban las 215 cortesanas honestas.

Verónica había nacido en 1546, hija de un comerciante y una excortesana; su familia la educó con esmero. Sin embargo, la casaron con un médico a los 16 años, que era un borracho y brabucón, que golpeaba a su esposa. Verónica no soportó, reclamó su dote y regresó a vivir con sus padres. La muerte de la cabeza de familia, dejó a Verónica y a su madre sin recursos, y ahí, es adiestrada por su progenitora en las artes que conocía. Comenzando sus actividades al precio de dos escudos por noche.
Al destacarse sobre el resto, llegó su tarifa a 50 escudos por una noche, y 15 escudos por solo un beso. Su capacidad de satisfacer a sus clientes, quienes veían en ella a una compañera con la que poder conversar de arte o política, convirtió en su domicilio en un ágora donde se reunían los principales hombres de la república serenísima. El gobierno de la ciudad le solicitó sus servicios para atender a Enrique de Valois, rey de Polonia (quien sería coronado rey de Francia) y producto de ello, se dice, resultó el tratado que hizo la republica con el reino franco.
Como la fama genera envidia, un despechado (Verónica elegia a quien atender y a quien no) escribió un panfleto en verso titulado: “Verónica, vera única puttana”. Verónica retó públicamente a un duelo poético al marginal, y obviamente ganó; consagrándose en una sociedad que desbordaba arte. Llegó a publicar “Terze Rime” y otros poemarios. Jacopo Comin, más conocido como Tintoretto, fue uno de los pintores que frecuentó su salón, y a él se atribuyen los dos únicos retratos que existen de Verónica: “Dama que descubre su seno” (1570) y “Retrato de dama” (1574).
En 1580, otro despechado, tutor de uno de los hijos de Verónica, la denunció ante la Inquisición: “por no seguir los preceptos de la Iglesia y por brujería”. Encarcelada, su caso se vio el 8 de octubre de 1581 y logró salir absuelta, sin embargo, este proceso le costó mucho patrimonio y su imagen fue dañada. Se retiró a su casona, dedicándose a presionar al estado para que construya un asilo donde acoger a las prostitutas enfermas o ancianas, y orientar y capacitar a las que desearan retirarse de esas prácticas, servicio público que hacia en su domicilio. En 1591, con solo 45 años, fallecía.
Verónica Franco fue una persona de su época, valiente que pudo destacarse, gracias a su educación, en un entorno sumamente clasista y donde las mujeres estaban en un nivel de subordinación extremo, viéndose como una posesión de sus maridos o padres, aun sean aristócratas.